La gravedad nos acompaña desde el momento de la concepción hasta el de la muerte.
Todo está impregnado de ella pero no podemos percibirla porque los humanos sólo percibimos la estimulación sensorial cuando ésta varia. Por ejemplo, reconocemos la luz porque hay periodos de oscuridad, y el sonido porque conocemos el silencio.
No percibimos la gravedad, pero nos adaptamos a ella: no nos queda otra alternativa.
El campo gravitatorio de la Tierra es, con mucho, la influencia física más potente que pesa sobre cualquier se humano. La gravedad puede ser la amiga del hombre y reforzar su actividad cuando éste mantiene una estructura equilibrada y simétrica pero también puede ser su más cruel enemiga.
La estruactura humana, al estar segmentada, es muy plástica y sucumbe con mayor rapidez a la desigualdad de los pares de fuerzas de la vida cotidiana, pero gracias a esa misma plasticidad, es posible remodelar la estructura y volver a tener un cuerpo equilibrado y con una buena simetria.
Por eso, en las sesiones de Pilates, cuidamos mucho la alineación corporal antes de iniciar el ejercicio, durante el movimiento y al finalizar la ejecución del mismo.
Siempre está presente el "hilo de la coronilla" que nos alarga hacia el techo cuando estamos de pie, o a la pared cuando trabajamos tumbados. Día a día, vamos tomando conciencia de la posición de nuestro cuerpo en el espacio y de como debemos de mantener los bloques bien aliniados cuando estamos en una posición estática pero también cuando nos movemos.
Si hay una continuidad en la practica del método Pilates podemos recuperar el equilibrio, la buena alineación en nuestros bloques y ganar la batalla a la gravedad.
¿Quien no ha notado después de la clase de Pilates que está más estirado?
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